YOGA VASISHTHA MAHARAMAYANA de Valmiki - parte 1

INVOCACIONES INICIALES

Saludo a esta Realidad-Sat en la que todos los seres animados e inanimados se
manifiestan como si tuvieran una existencia independiente, permanecen durante unos
instantes y desaparecen para siempre.
Me inclino ante esta Conciencia-Chit que toma la triple forma de conocedor,
conocimiento y conocido, desdoblándose como el que ve, la visión y lo visto, y
transformándose en el actor, lo hecho y la acción.
Rindo culto a esta Felicidad absoluta-Ananda que es la vida de todos los seres
cuya dichosa manifestación emana del que contempla la espuma de este océano de
felicidad.

Rishi Valmiki


LIBRO I: VAIRAGYA KHANDA.
(Sobre el desapego)


Conversación de Sutiksna y Agastya

En una época en la que los sabios solían hacer preguntas sin recelo alguno, el sabio Sutiksna consultó al no menos sabio Agastya:
¡Querido amigo, ten la bondad de aclararme el problema de la liberación! Aunque he leído muchos libros sobre este tema, no sé cuál es el camino más corto para llegar sin extravío a la emancipación: ¿la actividad, el conocimiento, o ambas cosas a la vez?

Con ademán comedido, Agastya contestó:
Los pájaros necesitan dos alas para volar; tanto la actividad como el conocimiento conducen a la meta suprema que conocemos como moksha o liberación. Ni la acción a secas, ni el conocimiento por sí solo, conducen fácilmente a la liberación; entrambos te conducen a la meta con toda seguridad. Si tienes tiempo para escucharme, quiero contarte una leyenda que responde cabalmente a tu pregunta:

Historia de Karunya

En un lugar lejano vivía una vez un joven llamado Karunya, que después de estudiar seriamente las escrituras y descubrir su profundo y desconcertante significado, perdió todo interés por la vida. Al advertir aquella insólita apatía, su padre, Agniveshya, le preguntó por qué descuidaba tan lamentablemente sus deberes cotidianos.

El joven Karunya le respondió:
¿No declaran por un lado las escrituras que uno debe cumplir con sus obligaciones hasta el fin de su vida, y por otro, que la inmortalidad sólo puede conseguirse por el abandono total de la acción y por tanto de todas nuestras obligaciones? ¿Qué debo hacer, padre, bloqueado y perplejo entre dos doctrinas tan contradictorias?

Sin más aclaraciones, el joven quedó en silencio. Su padre, preocupado por aquella sorprendente confusión, le dijo:
Escucha una antigua leyenda que voy a contarte, hijo mío. Reflexiona seriamente sobre ella y después puedes hacer lo que te plazca:

Historia de Suruchi

Había una vez una ninfa celestial (apsara) llamada Suruchi, sentada tranquilamente en un pico de los Himalayas, contemplando el sagrado nacimiento del Ganges y el Yamuna. Un día vió a un mensajero de Indra, llamado Ariel, que pasaba volando por allí y le preguntó adónde iba.
El mensajero la respondió lo siguiente:

Historia de Arishtanemi

El sabio monarca Arishtanemi ha dejado el reino en manos de su hijo y se ha retirado a los montes Gandhamâdana a practicar penitencias y ejercicios de respiración yóguica. Al saberlo, Indra me envió a su presencia con un grupo de ninfas para que le invitara a visitar Amaravati, la ciudad de los inmortales. El sabio monarca, algo desconfiado por cierto, quiso saber las ventajas y perjuicios que le podía ocasionar tal viaje. Yo le dije con toda sinceridad:
En el cielo, tanto el más noble como el más humilde de los mortales reciben la justa recompensa de sus actos y cuando han disfrutado totalmente la compensación de lo que han hecho en vida, regresan de nuevo al mundo para seguir recorriendo el interminable samsâra. El cielo es la esfera de la justicia y allí no ocurre nada más.

Al oírlo, el sabio monarca rehusó aceptar mi invitación. Algo incomodado, Indra volvió a enviarme junto a este hombre y le recomendó que antes de rechazar su oferta pidiera consejo al sabio Valmiki.
Arishtanemi se dirigió entonces a Valmiki y le preguntó:
¿Cuál es el mejor camino para escapar del círculo del nacimiento y la muerte que se conoce por samsara?

En respuesta, Valmiki le contó la famosa conversación entre Rama y Vasishtha, pero antes tuvo mucho cuidado en advertirle:
El que piensa que está esclavizado y debe liberarse de este samsara es el único realmente capacitado para comprender esta enseñanza, porque no es un completo ignorante ni está plenamente iluminado. El que medite profunda y sinceramente sobre los medios de liberación propuestos en esta escritura en forma de amenas y oportunas narraciones, se liberará con toda certeza del cruel destino que encadena a los seres vivos al despiadado ciclo del samsara.

Historia de Brahma y Bharadvaja

Debes saber que yo había escrito hace tiempo la historia de Rama y se la había contado a mi querido discípulo Bharadvaja, quien a su vez la había relatado al creador Brahma, durante una visita que hizo al monte Meru. Entusiasmado por la historia, el gran Brahma quiso conceder una merced divina a Bharadvaja, y éste, como era costumbre entre los sabios, le pidió que le mostrase el mejor camino para alcanzar la liberación.

Brahma dijo entonces a Bharadvaja:
Vuelve con el sabio Valmiki y díle que continúe esta historia de Rama para que sus lectores puedan librarse de la oscuridad de la ignorancia.

No contento con eso, Brahma acompañó a Bharadvaja a mi cueva y ambos aparecieron ante mí causándome alguna sorpresa y no poco sobresalto. Cuando me sobrepuse, me postré ante él y rendí la adoración que se debe al creador, y Brahma me dijo:
Tu historia de Rama será la balsa que permitirá a los ignorantes cruzar el océano del samsara. Pero debes continuarla y completarla debidamente.

Después de decir esto, el Creador increado desapareció de mi vista, dejándome francamente sorprendido por tal inesperada recomendación. Rogué a Bharadvaja que me repitiera lo que había dicho Brahma, y Bharadvaja me repitió las mismas palabras que yo había oído y añadió:
Brahma quiere que cuentes la historia de Rama para que pueda ser útil a todos los hombres. ¡Y yo también te lo ruego!Por favor, cuéntame con detalle cómo se libraron del samsara Rama, Laksmana y sus hermanos, tras escuchar las narraciones del gran Vasishtha.

Entonces, revelé a Bharadvaja el secreto de la liberación de Rama, de sus hermanos, de sus padres y de los demás miembros de la corte, pero previamente te le advertí:
Hijo mío, puesto que estás vivo como ellos, podrás librarte del dolor aquí y ahora. Como el color azul del cielo es una mera ilusión óptica, este mundo fenoménico es una ilusión de la mente. Es mejor ignorarlo que consentir que la mente pierda el tiempo en su contemplación. Pero mientras uno mismo no alcanza la profunda convicción de que este mundo fenoménico es irreal, no puede comprender su naturaleza, ni por ende librarse del sufrimiento. Y esa profunda convicción, que algunos llaman realización, sólo surge después de estudiar las escrituras con suma atención y diligencia hasta llegar a comprender que el mundo objetivo es una confusión entre lo real y lo irreal. Si uno no estudia las escrituras de este modo, pasarán millones de años antes de que el verdadero conocimiento anide en su
corazón.

La liberación (moksha) es el abandono total y sin reserva de los vasanas o tendencias mentales. Hay dos clases de vasanas: puras e impuras. Sólo estas últimas son causa de la reencarnación; las primeras en cambio, nos libran, de los interminables nacimientos del samsara. Las impuras se derivan de la ignorancia (avidya) o sentimiento del ego individual (ahamkara), y funcionan como semillas de un árbol futuro, es decir de una nueva vida repleta de acciones y de sufrimientos.

Cuando se abandonan por completo esos vasanas, las tendencias puras se limitan a seguir realizando sus funciones naturales para que el cuerpo se mantenga con vida.

Estas segundas vasanas que podríamos llamar de mera supervivencia, existen incluso en aquellos que han conseguido la liberación en vida, los llamados jivan mukta, pero ya no les condenan a nuevos nacimientos pues sólo actúan como soporte vital del momento presente.

Ahora quiero contarte cómo vivía Rama la iluminada vida de un sabio liberado.
Cuando lo conozcas, podrás evitar todos los errores mentales que nos condenan a la vejez y a la muerte.

La juventud de Rama

Como era habitual, Rama pasó algún tiempo en la morada de su gurú, cumpliendo los mandatos del brahmacharya. A la vuelta de esta estancia con su preceptor, Rama vivió en palacio dedicándose a las tareas propias de su rango. Deseando conocer todo el país y visitar los lugares sagrados, pidió permiso a su padre para iniciar una serie de peregrinaciones rituales. El rey eligió un día fasto para el comienzo del viaje y después de recibir las cordiales bendiciones de sus parientes, el príncipe se puso en camino. 

Acompañado por sus hermanos, recorrió todo el país desde los Himalayas hasta el extremo sur del continente. Al cabo de cierto tiempo, volvió a la capital del reino con gran alegría del pueblo que esperaba gozosamente su regreso. Al entrar en palacio, saludó con devoción a su padre Dasharatha, al sabio Vasishtha y a todos los ancianos y santos que se habían congregado allí con tan fausto motivo. Toda la ciudad de Ayodhya se puso sus mejores galas durante una semana para celebrar el regreso del joven Raghava.

Extraña dolencia de Rama

Durante algún tiempo Rama siguió dedicado a sus tareas habituales sin ningún tipo de pesadumbre, pero inesperadamente experimentó un cambio de ánimo que nadie podía predecir. Adelgazó en exceso y tomó un aspecto pálido y demacrado, como una flor de loto cuajada de abejas que consumen todo su polen. El rey Dasharatha estaba muy preocupado por este súbito cambio en la apariencia y la conducta de su querido hijo, pero cuando le preguntaba acerca de su salud, éste obviaba la contestación o decía cualquier cosa sin sentido, bajaba sus ojos de loto y quedaba de nuevo en silencio.

Dasharatha no tuvo más remedio que consultar a Vasishtha sobre el caso. El sabio le respondió de forma un tanto enigmática:
Alguna razón habrá para que Rama se porte de ese modo. En este mundo no se produce ningún cambio sin una causa adecuada, de modo que la cólera, lo mismo que la alegría o la depresión, tampoco se manifiestan sin causa que lo justifique.

Aunque no lo comprendió bien, Dasharatha no quiso seguir preguntando al gran Vasishtha. A menudo los sabios solían expresarse con brevedad y no les gustaba repetir sus contestaciones.

Llegada de Viswamitra

Poco tiempo después llegó al palacio el prestigioso sabio Viswamitra. En cuanto el rey tuvo noticia de tan grata visita, se apresuró a salir a su encuentro para rendirle los debidos honores. El sabio llevaba el cuerpo decorado con los hilos sagrados y sus espesas cejas blancas causaban impresión a todos los que le contemplaban.

Dasharatha se arrodilló ante él a una distancia prudencial y sus ornamentos reales rozaban el suelo al tiempo que decía:
¡Bienvenido seas, querido sabio! Tu llegada a mi humilde morada me hace tan feliz como la visión para el ciego o la lluvia para el campo seco, como el hijo para la mujer estéril o la resurrección para el muerto. ¿Qué puedo hacer por ti? ¡Permíteme satisfacer tus deseos, sean cuales fueren, te lo ruego! Estoy deseando cumplir las órdenes del más elevado y conspicuo de los sabios.

Viswamitra quedó muy complacido por las palabras de Dasharatha y le expuso el problema que le traía allí:
Necesito tu ayuda para cumplir una promesa que he formulado en condiciones un tanto extrañas y nada favorables. Mientras estaba realizando una ceremonia ritual, unos rakshasas seguidores de Khara y Dusana, profanaron aquel lugar sagrado.

Comprometido por los votos de la ceremonia, no me atreví a maldecirlos en aquel momento, pero tengo que castigar merecidamente su indigno comportamiento.

Sólo tú puedes ayudarme; tu hijo Rama destruirá fácilmente a esos rakshasas, y cuando lo consiga, le prometo las mayores bendiciones y una gloria imperecedera.

No permitas que el amor que sientes por tu hijo te impida cumplir lo que te estoy pidiendo, pues lo tomaría como un claro insulto a mi condición. Las personas nobles no consideran que ningún presente de este mundo esté por encima de su generosidad.

Desde el momento que aceptes lo que te pido, puedo considerar muertos a esos rakshasas. Conozco perfectamente a Rama y estoy seguro de que puede vencerlos.
¡No te demores y manda llamar a tu hijo a nuestra presencia!

Al oír tan apremiantes palabras, el rey quedó preocupado y confuso durante unos instantes y luego comentó:
Rama todavía no ha cumplido dieciséis años y no le creo preparado para una empresa semejante. Jamás ha visto un combate, salvo algún simulacro en las estancias de palacio. Deja que sea yo el que te ayude; te acompañaré al mando de un gran ejército y acabaremos con esos demonios en poco tiempo, te lo aseguro. No me obligues a perder a Rama. ¿No es natural que todos los seres vivos amen a sus crías? ¿No se arriesgan los hombres en las más descomunales batallas para defender a sus hijos? ¿No abandona la gente toda comodidad, se aleja de sus esposas y pierde incluso la salud, antes de perder a sus hijos? Tampoco yo quiero perder a Rama.
¡Verdad que lo comprendes!

He oído hablar de un poderoso rakshasa llamado Ravana. ¿Fue él quien interrumpió tu ceremonia? Si es así, ni Rama ni yo mismo podemos ayudarte de ningún modo, porque sé que ni los dioses pueden vencerlo. De vez en cuando, aparecen en el mundo seres tan poderosos y crueles; lo único que podemos hacer es esperar a que desaparezcan.

Viswamitra se puso furioso ante la inesperada y cortés negativa del rey. Al verlo en aquel estado, el sabio Vasishtha persuadió al rey para que no incumpliera su promesa y llamara a Rama a su presencia. 

Se apresuró a decirle:
No es propio de un hombre de tu condición incumplir las promesas. Un monarca como tú, heredero de Ikshaku, debe ser en toda ocasión ejemplo de intachable conducta. No te preocupes demasiado, Rama estará seguro al lado de Viswamitra, que posee los invencibles astras de Krishaswa.

Melancolía de Rama

Obedeciendo los consejos de Vasishtha, el rey Dasharatha, algo apenado, ordenó a un criado que fuera en busca del príncipe. El criado volvió en seguida y dijo que Rama vendría al momento, pero añadió que el príncipe parecía muy decaído y rehuía la compañía de la gente. Cada vez más intranquilo por estas noticias, el rey llamó al mayordomo de Rama y le pidió su opinión sobre el estado de salud del príncipe.

El mayordomo, que también parecía muy preocupado, contestó:
Señor, desde que regresó de la peregrinación, el príncipe ha sufrido una inexplicable crisis de ánimo. Ni siquiera parece interesado por el baño y el culto ritual de los dioses. Rechaza la compañía de los amigos, y no le llaman la atención las joyas ni las piedras preciosas. Si se le ofrecen objetos hermosos, los mira con ojos sin brillo y no muestra ningún interés por ellos. ¡Desdeña a las hermosas danzarinas o las contempla con aburrimiento y pesadumbre! Realiza los actos cotidianos de comer, pasear, bañarse o descansar, como un autómata sordo y mudo a un tiempo. A menudo murmura en voz baja: “¿Qué beneficio reporta la riqueza y la prosperidad, qué dolor produce el infortunio? Todo es igual de irreal”. 

La mayor parte del tiempo permanece en silencio y ninguna diversión le saca de su ensimismamiento. Sólo disfruta con la soledad y pasa el día sumido en sombríos pensamientos. No puedo comprender qué perturba su mente y a dónde le conducirá todo esto. Cada día le encuentro más débil y demacrado. 

Continuamente murmura en voz casi inaudible: ¡Gastamos nuestra vida en estupideces en lugar de dedicarla enteramente a la búsqueda del supremo!¡La gente gime con desesperación porque sufre y se siente desamparada, pero nadie busca la causa de ese sufrimiento!

Viéndole y oyéndole decir estas cosas, sus servidores estamos muy apenados y no sabemos qué podemos hacer por él. Ha perdido toda esperanza, no siente afición por nada ni busca distraerse de su obsesión; no ha sido hechizado ni ha enloquecido, pero tampoco está iluminado. A veces parece atormentado por ideas suicidas alentadas por sus pensamientos depresivos. Repite de continuo: “¿Cuál es el sentido de la riqueza, de los padres y de los amigos, qué utilidad tiene un reino, qué significa toda la ambición de este mundo?”.

Señor, sólo Su Majestad puede encontrar el remedio adecuado para que el príncipe recupere su preciosa salud.

Al oír esto, Viswamitra dijo inmediatamente:
¿Podéis urgir a Rama que venga hasta aquí? Su afección no es resultado de la desilusión ni de una enfermedad nerviosa, sino el fruto de la sabiduría y el desapego hacia las cosas del mundo que conduce directamente a la iluminación. Traedlo a mi presencia y acabaré con su depresión en un momento.

En aquel momento, el propio Rama acudía a la corte acompañado por sus hermanos. Al llegar ante su padre y los sabios que le acompañaban, los saludó cortésmente, y ellos vieron con cierta sorpresa que la cara del joven resplandecía de tranquila madurez y no manifestaba síntomas de angustia. El joven príncipe parecía el excelso Himalaya en su inexpugnable claridad. Pese a su radiante juventud, caminaba con la majestad de un monarca sereno. Se postró a los pies del rey que le abrazó cariñosamente, le atrajo hacia sí y le dijo:
¿Por qué estás tan triste, hijo mío? El desánimo es la puerta por donde nos asalta la turbación y la miseria.

Los sabios Vasishtha y Viswamitra saludaron a Rama y le preguntaron también la razón de su precario aspecto.
Rama respondió así a las palabras de todos ellos:

Discurso de Rama

Admirados sabios, intentaré responder adecuadamente a vuestras preguntas. He crecido felizmente en este palacio y he sido educado por los más prestigiosos maestros. Hace poco tiempo he realizado una peregrinación por la tierra de Bharata y en ese periodo se ha apoderado de mí una serie de pensamientos que me han quitado todo aliciente por las cosas del mundo. Mi corazón se pregunta constantemente: ¿Qué es lo que la gente entiende por felicidad y cómo puede conseguirse en este mundo a base de objetos que están en continuo cambio y degeneración? ¡Todos los seres de este mundo nacen para morir y mueren para volver a renacer! No veo ningún sentido en ésta rueda sin fin cuyas raíces son el pecado y el egoísmo. La muchedumbre de seres aparecen en este escenario que llamamos mundo y la mente finge unas complejas relaciones entre ellos. Todas las cosas de este mundo, tal como las vemos ante nosotros, sólo dependen de nuestras construcciones mentales. ¡Y cuando la examinamos con atención, la propia mente parece irreal y huye de nuestro pretendido conocimiento como el agua de una cesta!Pero seguimos hechizados por ella sin atender a razones ni argumentos. ¡Es como si estuviéramos en el desierto y corriéramos hacia un espejismo con la inútil esperanza de saciar nuestra sed en sus
brillantes arenas!

Señor, aunque no somos esclavos vendidos a un amo, vivimos una vida de esclavitud que nadie sería capaz de envidiar. Sin conocer cuál puede ser la verdad, deambulamos sin rumbo por el espeso bosque desconsolador del mundo sensible. ¿Pero qué es este mundo? ¿Qué es lo que nace, crece y muere en él? ¿Cómo podemos poner fin al sufrimiento humano? Mi corazón sangra de dolor, aunque no derrama ni una sola lágrima para no preocupar demasiado a mis hermanos.

Condena de la opulencia

Igualmente absurda, padre, es la opulencia que engaña al codicioso. Tan inestable y fugaz como el arco iris, da origen a interminables desvelos y provoca un ansia insaciable de mayores riquezas y preocupaciones. No tiene ninguna relación con los méritos de las personas, y tanto puede estar en manos del bondadoso como del más arrogante malvado. Por regla general, la gente es buena, amable y compasiva hasta que su corazón se endurece por la codicia. La riqueza contamina el corazón del sabio, del héroe y del más sensible y delicado de los hombres. Riquezas y felicidad no suelen acostarse juntas. Raro es el hombre poderoso que no tiene enemigos que menos caben su fama y alteren su ecuanimidad. 

La opulencia es la noche que cierra la flor de loto, la luz lunar que favorece el sufrimiento y la angustia, la ráfaga de viento que apaga la lámpara que tiembla en la oscuridad, la inundación que impulsa la ola de la enemistad, el agitado viento que extiende la nube de la confusión y el agente desencadenante de la enfermedad, la depresión y la angustia. Es la serpiente de los malos pensamientos que aumenta el miedo del que vive angustiado, el hielo que seca la delicada planta del desapego, el terciopelo de la noche para el búho de los malos deseos, el eclipse de la luna de la sabiduría; la aparición de las riquezas pervierte sin excepción la naturaleza bondadosa de los hombres. Se podría decir que la opulencia busca con afán al que ya ha sido elegido por la muerte.

Naturaleza ilusoria de la vida

¡Lo mismo ocurre con la vida, sabio señor! Su duración es como la de una gota de agua que resbala sobre la hoja del loto. La existencia sólo puede ser gratificante para los que gozan de autoconocimiento.

Abrazar el viento, romper el espacio o intentar ensartar olas en una guirnalda, es más sensato que confiar ingenuamente en esta vida. Procurando en vano alargar su duración, el hombre sólo consigue aumentar sus sufrimientos y prolongar su dolor. Sólo vive realmente el que se esfuerza por conquistar el autoconocimiento, que es lo único valioso que podemos alcanzar en esta vida y lo que pone fin al cruel ciclo de las reencarnaciones. El hombre que lo desdeña pasa su vida como los asnos. El conocimiento de las escrituras sólo es un fardo pesado y lacerante para el que está rodeado de deseos; el que vive agitado y descontento, no puede sufrir el peso de su propia mente; para el que carece de autoconocimiento la mera existencia ya es una carga insoportable.

Los dientes del tiempo roen sin descanso la cuerda de la existencia. La termita de la enfermedad destruye a los seres vivos por muy sanos que parezcan. La muerte está siempre acechando a la vida, como el gato está atento a los movimientos del ratón para saltar sobre él y despedazarlo.

Peligros del ego

Querido señor, me siento espantado al contemplar la naturaleza del verdadero enemigo de la sabiduría que llamamos ahamkara o sentimiento del ego. Nace en la oscuridad de la ignorancia, y se alimenta de esa misma ignorancia. Todos los sufrimientos giran en torno al ego, y en realidad es la única causa de la angustia.

¡Creo que este sentimiento es mi verdadera enfermedad! El ego atrapa a los seres vivos en la red de los objetos sensibles. Las mayores calamidades del mundo tienen su origen en este sentimiento del ego, que destruye el autocontrol, la virtud y la ecuanimidad. Deseo permanecer en mi mismo, despojándome de la noción “yo soy Rama” y de todos los deseos que nacen de esa idea. Comprendo que todo lo que he realizado bajo el dominio de esa noción egoísta es absolutamente inútil y perverso.

Mientras esté bajo la influencia del ego, no puedo ser feliz; sólo seré dichoso cuando me libre de esta idea egótica y maldita. El sentimiento del ego produce todo tipo de caprichos que se desvanecen cuando él deja de existir. También es el ego el que establece sin fundamento alguno la trampa de la familia y las relaciones sociales, para capturar al alma ingenua en su implacable laberinto de compromisos y responsabilidades ficticias que nadie puede resolver adecuadamente.

Aunque creo estar libre de dicho sentimiento del ego, sigo en un estado de ánimo confuso y atormentado, y no puedo pensar ni vivir sin su concurso. ¡Por favor, aclárame todo esto, si tienes la bondad!

Identidad del ego y la mente

Sin la gracia que disfrutan los que están al servicio de los santos, mi mente se muestra inestable como el viento. Nada le satisface ni contenta y cada día se siente más inquieta y trastornada. Por muchos objetos que consiga, la mente no puede alcanzar plena satisfacción, porque un colador no se puede llenar de agua. Revolotea sin cesar en todas direcciones y no consigue encontrar la felicidad. Sin darse cuenta de que está sembrando un gran sufrimiento en el infierno, busca el placer de este mundo, pero ni siquiera eso puede conseguir plenamente. Se agita inquieta como un león dentro de una jaula, porque ha perdido su libertad y no puede ser feliz sin ella.

Lamentablemente, santo varón, todavía estoy atado por los espesos nudos de la red del deseo tejida por la mente. Del mismo modo que los furiosos remolinos de un río desbordado arrastran los árboles que crecen en sus orillas, la turbulenta mente arrastra sin compasión mi propio ser y no sé dónde lo lleva. 

Me siento zarandeado por la mente como una hoja seca arrastrada por el viento, que no le deja descansar en parte alguna. Creo que la mente es la única causa de los objetos de los tres mundos.
Cuando la mente desaparece, el mundo se desvanece como se disipa el humo cuando se apaga el fuego.

Mientras la mente está atada a los deseos, la oscuridad de la ignorancia proyecta incesantes problemas y preocupaciones. Este estado de deseo agota las nobles cualidades de mi corazón y me despoja de toda dulzura y gentileza de ánimo, convirtiéndome en un ser duro y despreciable. En la oscuridad de la ignorancia, los deseos bailan y se agitan a mi alrededor como sombras grotescas y malintencionadas.

Aunque he adoptado varias medidas para acabar con esos deseos, ellos siguen asaltándome y me conducen fácilmente al extravío, como un vendaval arrastra un montón de paja sin el menor esfuerzo. 

Por más que pretendo cultivar el desapego y las demás buenas cualidades, los deseos abortan mis intenciones, como una rata roe con facilidad la cuerda más gruesa y bien tejida. Atado a la temible rueda del deseo, giro sin cesar en el inútil empeño de capturar lo que sólo puede hacerme sufrir.

Aunque tenemos alas para volar, somos como pájaros estúpidos incapaces de eludir la red del deseo y refugiarnos en el autoconocimiento. Aunque bebiera néctar, no podría calmar esta sed de deseo. La característica del deseo es que no tiene una dirección determinada; ahora me conduce en una dirección y al momento siguiente me orienta en la contraria como un caballo desbocado. Despliega ante nosotros una compleja trama de hijos, hermanos, esposas y numerosos familiares y amigos, cual mágica caja de ilusiones. Aunque soy un héroe, esos deseos me convierten en un cobarde; aunque tengo ojos para ver, me dejan ciego; aunque tengo motivos para estar contento, me hacen sentir miserable; vivo como un niño atemorizado por el ruido más sutil. Este temeroso duende del deseo es el responsable de la esclavitud y del infortunio humanos, pues anida en el corazón del hombre y hace nacer en él la duda y el resentimiento. En poder de este duende perverso, el hombre es incapaz de disfrutar siquiera de los objetos que tiene a su alcance. Si bien parece que esos deseos pueden brindarle deleite, jamás conducen a la felicidad ni al disfrute de la vida; muy al contrario, sólo provocan un esfuerzo estéril y conducen a toda suerte de aflicciones y desgracias. Cuando aparece en el escenario de la vida, ese trágico deseo, como las viejas actrices, es incapaz de realizar nada noble o afortunado, y sus empresas se cuentan por fracasos. ¡A pesar de ello, el duende no deja de bailar sobre este trágico escenario! Tan pronto nos eleva al cielo como nos sepulta en los abismos más profundos de la tierra; nunca se cansa ni deja de agitarse, porque se apoya en el vacío de la mente. La luz de la sabiduría brilla unos instantes en la mente para volver a caer al momento siguiente en brazos de la ilusión. Casi me parece increíble que los sabios puedan cortar la temible soga del deseo con la afilada espada del conocimiento.

Naturaleza del cuerpo

Este lastimoso cuerpo lleno de músculos, arterias y nervios, también es una fuente de dolor. Aunque es inerte, parece consciente, y uno nunca sabe realmente si es sentiente o insentiente, lo que sólo provoca tristeza y desilusión. Disfruta con el más pequeño placer y se angustia por la menor contrariedad; ¡no encuentro nada más absurdo y despreciable!

Sólo puedo comparar el cuerpo con un árbol, un lugar de descanso para los seres vivos, cuyas ramas son los brazos, el tronco el cuerpo, los agujeros los ojos, los frutos la cabeza y las hojas sus numerosas dolencias y achaques. ¿Quién puede creer que el cuerpo sea de su propiedad? Nada podemos esperar de él con buen juicio, pero también es inútil la desesperación. No es más que una balsa que utilizamos para cruzar el océano del nacimiento y la muerte; pero jamás deberíamos considerarlo como nuestro propio ser.

Este árbol del cuerpo nace en el bosque llamado samsara, y la mente es el mono travieso que juguetea sobre sus ramas. Está lleno de los grillos de las preocupaciones, constantemente comido por los insectos de los sufrimientos, sirve de refugio a las serpientes venenosas de los deseos, y es morada del cuervo salvaje que es la cólera.

En él nacen también las flores de las sonrisas y los frutos buenos y malos de las acciones, parece movido por el viento de la fuerza vital, sostiene sobre sus ramas a los pájaros de los sentidos, y proporciona a los viajeros la placentera y fresca sombra de la lujuria. El espantoso buitre del ego se posa sobre su copa, pero su interior está seco y vacío como un árbol degenerado y podrido. Como veis, es poco adecuado para conseguir la felicidad. Tanto si dura mucho como si su existencia es corta, resulta totalmente inútil. Está hecho de carne y de sangre, y condenado como ellos a la vejez y a la muerte. Lleno de substancias impuras y afligido por la ignorancia, es el hogar de la enfermedad, el campo de la angustia, el escenario de las versátiles emociones y el reino de los estados mentales más contradictorios. ¡Cómo puede colmar mis esperanzas este cuerpo miserable!

¿Qué significa la riqueza, el poder, el cuerpo?: los tres son fatalmente truncados por el tiempo. Con la muerte inesperada, este desgraciado cuerpo se ve abandonado por el alma que mora en él y lo protege. Siendo así, ¿cómo puedo estar tranquilo en su interior? Desvergonzadamente, incurre una y otra vez en las más viles acciones. Su único destino debe ser la cremación final. Inconsciente de la vejez y de la muerte, que son patrimonio del rico y del pobre, sólo busca peligrosa riqueza y efímero poder.
¡Qué vergüenza me dan todos los que están esclavizados a un cuerpo e intoxicados por el vino de la ignorancia!

Infortunio de las edades de la vida

Incluso la infancia, esa parte de la vida que los ingenuos consideran más dichosa, está llena de amargura. Privaciones, caprichos, decepciones, incapacidad de controlarse a sí mismo, imprudencias y debilidad, son las características de la infancia. Podemos pensar sin temor a equivocarnos que la angustia de un niño es más terrible que la del moribundo, el anciano, el enfermo o el adulto en general. Se siente ofendido con facilidad, de repente se deja llevar por el enfado y rompe a llorar por cualquier bagatela. En la infancia nuestro estado es comparable al de un animal que vive a merced de los demás.
El niño está expuesto a infinidad de peligros que le acosan sin cesar con miedos y fantasías irrazonables. Es muy impresionable y se deja influenciar con facilidad por los malvados, por lo que debe estar sometido al control de sus padres. ¡La infancia no es otra cosa que un periodo de sometimiento y privación de libertad!

Aunque parece inocente, la verdad es que en el interior de su mente yacen ocultas toda clase de tendencias neuróticas, como el búho se oculta en los lugares obscuros durante el día. Compadezco verdaderamente a los que creen de buena fe que la infancia es un periodo feliz de nuestra vida.
¿Hay algo peor que una mente inquieta? La mente del niño está siempre intranquila y dispersa. Si no ve algo nuevo todos los días, se siente infeliz. Gritar y llorar son sus ocupaciones predilectas. Y si no consigue lo que quiere, parece que se le rompe el corazón.

Cuando va a la escuela y recibe castigos de sus maestros, casi siempre lo siente como una desgracia. Si coge una rabieta y se pone a gritar, sus padres, para apaciguarlo, le prometen la luna, y así comienza el niño a valorar los objetos del mundo y a desearlos. Los padres le dicen “Te daré la luna para que juegues con ella” y el niño, confiando en sus palabras, cree que puede coger la luna con sus manos. Así nacen en su pequeño corazón las semillas de la ilusión y de la ignorancia.
Si siente calor o frío es incapaz de evitarlo. ¿Acaso es mejor que una planta en ese sentido? Cuando quiere algo, se limita a estirar la mano para cogerlo, como hacen los animales, y siempre tiene miedo de los hermanos mayores que pueden dominarlo.

Dejando atrás el periodo infantil, el ser humano llega a la juventud sin ser capaz de librarse del sufrimiento. En este periodo está sujeto a profundos cambios mentales y va de una situación mala a otra peor, porque abandona la inocencia y abraza el terrible duende de la lujuria que baila sin descanso en su corazón. Su vida se llena de ansiedad y de deseos insatisfechos. El que no pierde la sabiduría en su juventud, puede resistir luego cualquier ataque de la ignorancia.

Tampoco me complace esta transitoria juventud en la que efímeros instantes de placer son seguidos por largos periodos de angustia, y en la que el hombre desorientado comienza a creer que este mundo tornadizo es eterno e inmutable. Y lo que es peor aún, durante la juventud solemos realizar acciones que perjudican gravemente a los demás.

Como un árbol arde y se consume en el fuego, el corazón del adolescente se abrasa en el fuego de los celos cuando su amante lo abandona. Por mucho que se esfuerce en conservar su pureza, su corazón siempre está agitado por deseos impuros.
Cuando su amante no está junto a él, queda como distraído y ausente, añorando su belleza. Este estado preñado de deseos no puede ser estimado por los hombres sabios.

La juventud es un periodo de enfermedades y de angustia. Suele compararse a un pájaro cuyas alas son los actos buenos y los malos. O a una tormenta de arena que oculta y dispersa las buenas cualidades de los hombres. La juventud favorece todo tipo de malas tendencias e inhibe las buenas cualidades que pueden anidar en nuestro corazón; por lo tanto es el origen de todos los males, la causa de la ilusión y del apego. Aunque parece muy saludable desde el punto de vista físico, es muy negativa para la mente. En esta época, el hombre está tentado por el espejismo de la felicidad, y en pos de ella, cae en el infierno del sufrimiento. ¡Por todo ello tampoco me gusta nada la juventud!

Desgraciadamente, cuando la juventud ya está en decadencia, las pasiones despertadas en este periodo nos golpean con más violencia y producen más trastornos que antes. El que disfruta con la juventud no es seguramente un hombre, sino un animal con forma humana.

Pocas y envidiables son las grandes almas que no se dejan vencer por los peligros de la juventud y sobreviven a este periodo de la vida sin sucumbir a la tentación. Más fácil es cruzar un océano que alcanzar la otra orilla de la juventud sin sucumbir a sus amores y odios irrefrenables.

En su juventud, el hombre es esclavo de la atracción sexual. Percibe la belleza y el encanto de los cuerpos, que sólo son masas de carne, sangre y grasa cubiertas de piel y de cabellos. Si esa belleza fuera permanente, su atracción podría tener alguna justificación, pero desgraciadamente no dura mucho tiempo. Por el contrario, la misma carne que parece tan atractiva y deseable en el amante, es deformada por las arrugas de la vejez y acaba consumida por el fuego, los gusanos o los buitres. Por otro lado, mientras dura la atracción sexual, se altera el corazón y el buen juicio del individuo. Esa atracción sexual mantiene viva la creación; cuando cesa esta atracción, cesa el samsâra. Si el niño no puede sentirse satisfecho de su infancia, menos puede estarlo el hombre de su juventud.

Si el joven está lleno de frustraciones, la edad madura las supera con creces. ¡Tan cruel es la vida! La vejez destruye el cuerpo como el viento arrastra la gota de rocío que brilla sobre la hoja de loto. Del mismo modo que una gota de veneno penetra en el cuerpo y se disemina rápidamente por todos sus órganos, la vejez invade todo el cuerpo y lo degrada hasta el ridículo a los ojos de los demás.

El hombre viejo también siente deseos aunque no pueda satisfacerlos. Comienza a preguntarse ¿Quién soy yo?, ¿Qué debo hacer?, y cosas semejantes, cuando ya es muy tarde para cambiar de vida y adquirir sentido común. En los comienzos de la senectud, se manifiestan todos los síntomas de la decadencia física, como la tos, el pelo blanco, la respiración dificultosa, la mala digestión y cosas por el estilo.
El dios de la muerte contempla la blanca cabeza del anciano como un sabroso melón que se dispone a devorar. La senectud rompe bruscamente las raíces de la vida como un torrente arranca las raíces de los árboles que crecen en los bancales de la ribera. Y a continuación llega la muerte que todo lo arrasa. La senectud es el mayordomo que siempre precede al rey, que es la muerte.

¡Qué misterioso y sorprendente es todo esto! Hasta los que han vencido a todos sus enemigos o se han refugiado en los picos más inaccesibles de las montañas, terminan abatidos por los demonios de la vejez y de la muerte.

El tiempo

Los placeres de este mundo son tan ilusorios como el solaz de un loco que saborea las frutas reflejadas en un espejo. Las esperanzas del hombre son constantemente destrozadas por el tiempo. Ninguna cosa creada escapa de sus garras implacables. El tiempo crea los numerosos universos y después de un corto paréntesis, los destruye sin dejar huella. Sólo deja entrever un destello de sí mismo en su parcial manifestación de los meses y de los años, pero su naturaleza esencial permanece oculta detrás de estas ficticias determinaciones. Nada ni nadie puede resistir su paso. Es despiadado, insaciable, cruel, avaro e inexorable, como un gran mago conocedor de múltiples trucos. No puede ser comprendido porque por mucho que se analice y divida en fragmentos más pequeños, permanece incognoscible en su esencia. 

Siente un insaciable apetito por todas las cosas, igual por los pequeños insectos que por las montañas colosales, y hasta el rey del cielo está sometido a su poder. Como un muchacho se entretiene jugando con una pelota, el tiempo juega con el sol y la luna para distraerse. Es el destructor del Universo (Rudra), el creador del mundo (Brahma), el rey del cielo (Indra), el señor de las riquezas (Kubera) y el vacío de la disolución cósmica (Pralaya), que crea y destruye sin cesar el universo una vez tras otra. Este tiempo descomunal y soberbio está establecido en Brahman como las grandes montañas se levantan y apoyan sobre la superficie de la tierra.

Después de crear infinitos universos, no siente ningún cansancio ni se deleita con ello; no surge de ninguna parte ni está en ningún lugar, ni va a ningún sitio determinado.

Contempla todos los objetos de este mundo que maduran por el calor del sol y cuando nota que están maduros, los engulle sin compasión. Cada época parece engalanarse con preciosas joyas y hermosos seres para deleitar al tiempo, pero él los aniquila a todos sólo por placer.

Es el anochecer para el loto de la eterna juventud, y el león para el elefante de la vida. No hay nada en este mundo, alto o bajo, que no sea víctima del tiempo. Y cuando lo ha destruido todo, él todavía sigue ahí, inconmovible. Después de la disolución cósmica, queda como dormido o fatigado, conservando una futura creación oculta en su interior. ¡Nadie sabe realmente lo que es el tiempo! La gente se refiere a él como si fuera el dios de la muerte (Yama, o Kala).

Y todavía hay un nuevo aspecto de este tiempo que se conoce por kritanta o el producto de la acción, su consecuencia o resultado inevitable. Kritanta es como un bailarín que tiene por esposa al destino: ambos conceden a todos los seres el necesario disfrute de sus acciones. Mientras existe el universo, no descansan ni pierden su entusiasmo, pero en su terrorífica danza no descuidan por un momento su vigilancia.

¡Mientras Kritanta y su amada sigan danzando en el universo, creando y destruyendo todas las cosas sin descanso, qué esperanza podremos alimentar en nuestros corazones! Kritanta hace tambalearse hasta las cosas más firmes, que para él son efímeras. A causa de este kritanta, todas las cosas de este mundo están sujetas a un continuo cambio, y nada permanente hay en él que merezca nuestra consideración.

Todos los seres de este mundo tienen malas tendencias, las relaciones implican esclavitud, los placeres conducen a la desdicha, y el deseo de felicidad no es más que un espejismo. Nuestros propios sentidos son nuestros enemigos, la realidad es irreal, nuestra propia mente es nuestro peor enemigo. El ego es la primera causa de todos los males, la sabiduría sólo un endeble e inconstante compañero, las acciones conducen al sufrimiento y el placer se orienta hacia la sexualidad. Nuestra inteligencia se deja gobernar por el ego en lugar de tomar otras direcciones, y por ello no podemos alcanzar la tranquilidad mental. 

La juventud es corta, la compañía de los sabios poco frecuente. La realización de la verdad no está al alcance de cualquiera. Nadie es feliz con la prosperidad y la felicidad de los demás, ni puede encontrar la compasión en el corazón de otro. La gente se hunde cada día más en su propio ego, la debilidad supera a la fortaleza y la cobardía se apodera del valor. La compañía del malvado es frecuente y la buena compañía difícil de encontrar.

Si el misterioso poder que gobierna este mundo destruye hasta los demonios más poderosos, acaba con lo que se considera eterno y mata a los inmortales, ¿qué esperanza puede haber para la gente sencilla como yo? Ese misterioso ser parece residir en todas las cosas, su aspecto individual es el sentimiento del ego y no hay nada que no sea destruido por él. El mundo entero está bajo su control y su voluntad prevalece sobre todas las cosas.

No podemos disfrutar de la felicidad en la infancia, ni en la juventud, ni en la vejez. Ninguna de las cosas de este mundo puede proporcionarnos felicidad. La mente busca inútilmente la felicidad en los objetos del mundo. Sólo puede ser feliz el que se libra del ego y no está esclavizado por los deseos sensibles, pero ese tipo de personas es muy raro de encontrar.

No considero un héroe al que es capaz de enfrentarse a un poderoso ejército y vencerlo, sino al que es capaz de cruzar indemne el océano de la mente y de los sentidos. No considero una conquista lo que puede perderse muy pronto, sino lo que no puede perderse jamás, y el hombre no puede alcanzar una conquista así en este mundo por mucho que se esfuerce en conseguirlo. Los éxitos pasajeros y las fracasos temporales sobrevienen al ser humano aunque no los busque ni los merezca. Me sorprende mucho que el hombre pase todo el día de un lado para otro atareado en sus actividades egoístas, y sea capaz de dormir por la noche sin haber hecho ni una sola acción noble.

Aunque el hombre trabaje mucho, supere todos los problemas de este mundo, viva rodeado de lujo y de riquezas y alardee de ser feliz, la muerte se aproxima inexorablemente a él. Sólo Dios sabe cuando va a encontrarla. De forma ignorante, el hombre se ata a una mujer, a unos hijos y a unos amigos, sin darse cuenta de que este mundo es como un largo viaje en el que la gente se encuentra casualmente, para separarse al poco tiempo de forma inevitable. Este mundo es como la rueda de un alfarero: cuando gira a gran velocidad, parece que está quieta. El mundo también parece estable y permanente para la persona que vive en el engaño. Es como un árbol venenoso: si alguien se pone bajo sus ramas, queda atontado e inconsciente por sus efluvios. Todas las opiniones son erróneas, todos los lugares peligrosos, todos los seres sujetos a la muerte, todas las acciones condenadas al fracaso.

Los numerosos siglos pasados sólo son momentos en el tiempo. En esencia no hay diferencia alguna entre un instante y cualquier otro periodo de tiempo, sólo son medidas de un tiempo único que nadie puede ponderar. Desde el punto de vista divino, un siglo no es más que un instante, como la tierra sólo es una modificación del elemento tierra. ¡Qué error depositar nuestra confianza y nuestras esperanzas en ella!

Todo lo que parece permanente o transitorio en este mundo es como un sueño. Lo que hoy es un cráter mañana será una montaña, lo que hoy es un espeso bosque se transforma muy pronto en una gran ciudad y lo que es suelo fértil se convierte en árido desierto. Lo mismo ocurre con nuestro cuerpo y nuestra forma de vida y fortuna.

Este ciclo de la vida y de la muerte es como una seductora bailarina cuya falda está tejida con seres vivos, y cuyos gráciles movimientos consisten en enviar a esos seres al cielo, hundirlos en el infierno o devolverlos a esta tierra. Los actos más grandiosos, incluso los grandes ritos religiosos que el pueblo realiza con fervor, pronto pasan a ser un recuerdo. Los dioses pierden su divinidad y los seres humanos vuelven a la vida como animales, y viceversa. ¿Hay algo que no cambie? El creador Brahma, el protector Vishnu y el mismo Rudra, el redentor, caminan inexorablemente hacia su destrucción. Los objetos de este mundo sólo nos resultan gratos hasta que nos recuerdan su inevitable destrucción. Como un niño construye diversas figuras con el mismo montón de arena, el ordenador del universo está creando continuamente nuevos objetos y destruyéndolos a continuación como un eterno pasatiempo
irrevocable.

La percepción de la ilusoriedad del mundo ha destruido todas las tendencias de mi mente (vasanas), y en consecuencia, ningún deseo de placer sensible surge en mi corazón, como no surge ningún espejismo en la superficie del agua. Este mundo y sus placeres me resultan amargos e incomprensibles. No me complace andar por los jardines del deseo, no me seduce la compañía de las mujeres y no valoro en modo alguno la adquisición de riquezas. Sólo deseo permanecer en paz conmigo mismo.

Constantemente me pregunto cómo puedo apartar mi corazón de este fantasma cambiante que llamamos mundo. No deseo la muerte pero tampoco deseo la vida; sólo quiero seguir siendo el que soy libre de todo anhelo de posesión. ¿Qué puedo hacer con el reino, el poder o las riquezas, que sólo son juguetes de un ego al que no estimo en absoluto?

Si ahora no me instalo en la sabiduría, ¿cuándo podré hacerlo? La tolerancia con los placeres sensuales envenena la mente de tal modo que sus efectos perduran durante muchas vidas. De esto sólo puede librarse el hombre que se conoce a sí  mismo. En consecuencia, sabio, te lo ruego: enséñame el camino del autoconocimiento para que pueda librarme para siempre de la angustia, del miedo y de la desesperación. Con la luz de tu enseñanza puedes destruir en mi corazón las tinieblas de la ignorancia.
Siento enorme compasión por el triste destino de los seres vivos que caen en este pavoroso abismo de dolor. Pero mi mente está confusa, me siento desorientado y perplejo. Me he librado de todas las cosas, pero no puedo alcanzar la sabiduría, y aunque en cierto modo me siento libre, sigo realmente cautivo. Soy como un árbol cuyas ramas han sido taladas pero conserva vivas sus raíces. Quiero destruir mi mente pero no sé cómo hacerlo.

Te lo ruego, aclárame cuál es la condición o estado en el que uno ya no puede padecer ningún dolor. ¿Puede alguien como yo, sujeto a la actividad del mundo, alcanzar ese estado supremo de paz y felicidad? ¿Cuál es la actitud que nos permite no ser tocados por ninguna clase de acción o de experiencia? Te ruego que me enseñes cómo pueden vivir en este mundo los seres iluminados. ¿Cómo puede la mente librarse del deseo y ver el mundo como su propio ser, pero al mismo tiempo no más valioso que una hoja de hierba? ¿Debo estudiar la biografía de algún gran hombre para aprender el camino de la sabiduría? Sagrado señor, instrúyeme en la sabiduría que permitirá a mi mente trastornada permanecer firme como una montaña.

Tu eres un hombre iluminado: instrúyeme para que nunca vuelva a hundirme en el samsara.
Es evidente que este mundo está lleno de dolor y de muerte. ¿Cómo puede convertirse en una fuente de alegría sin perturbar nuestro corazón? La mente está llena de impurezas. ¿Cómo podemos limpiarla de esas manchas y cuál es el producto recomendado por los sabios para conseguirlo? ¿Puede alguien vivir en este mundo sin caer en las frenéticas corrientes del amor y del odio? Debe haber un secreto que permita vivir inafectado por la pena y el sufrimiento, como el mercurio que no se estremece cuando se le acerca al fuego. ¿Cuál es el secreto? ¿Cómo podemos contrarrestar la inveterada costumbre de la mente de manifestarse en forma de universo? ¿Quiénes son los héroes que se libraron de esta ilusión, y qué métodos utilizaron para conseguirlo? Si consideras que soy incapaz de comprenderlo, me suicidaré.

Después de decir esto, Rama quedó en completo silencio. Todos los que estaban en la corte quedaron impresionados por las luminosas palabras del príncipe, que parecía capaz de librarse de la tiranía de la mente. Ellos mismos, al beber el néctar de las palabras del joven Rama, sintieron como si se hubieran librado de sus dudas y hubieran superado su propia ignorancia. Todos los que escucharon sus palabras no parecían seres vivos sino figuras pintadas, tal era su silencio e inmovilidad.

¿Quiénes habían oído el discurso de Rama? Sabios como Vasishtha y Viswamitra, doctos ministros, miembros de la familia real incluyendo al rey Dasharatha, muchos ciudadanos, hombres santos, sirvientes, los pájaros en las jaulas, los animales domésticos, los caballos del establo real, los sabios divinos y los músicos del cielo.

Probablemente el rey del cielo y los encargados de los otros mundos también las habían escuchado.
Emocionados por su discurso, muchos de ellos le aclamaron con sus voces inundadas de gozosa emoción. Una cascada de flores cayó del cielo para celebrar las palabras del príncipe. Todos los que estaban reunidos en la corte se sintieron seducidos por su elocuencia. Nadie que no estuviera lleno de desapego hacia las cosas, ni siquiera el preceptor de los dioses, habría podido elegir mejores palabras para expresarlo. Todos los que estábamos allí, fuimos muy afortunados al poder escucharlas. Nos embargaba un sentimiento de felicidad que no podríamos superar ni siquiera en el cielo. Los sabios de la asamblea confesaron:
Con toda seguridad, las respuestas que los hombres santos van a dar a las importantes y sabias preguntas de Rama, deberían ser escuchadas por todos los seres del mundo. ¡Sabios, venid, acercaos todos a la corte del rey Dasharatha a escuchar las respuestas del gran sabio Vasishtha!

Al escuchar esto, todos los sabios del mundo se presentaron en la corte donde fueron recibidos con los honores propios de su rango y condición:
Si no se refleja en nuestro corazón la gran sabiduría de Rama, estaremos perdidos para siempre. ¡Sean cuales fueren nuestro poder y nuestras facultades, habremos demostrado con ello que carecemos totalmente de inteligencia!

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