RAMAYANA de Valmiki - parte 1

INTRODUCCIÓN

La transformacion de un malvado

En el pasado remoto vivió el sabio (rishi) Valmiki, conocido como adi-kavi o el poeta original, y su obra maestra, el Ramayana, es conocida como el adi-kavya o el primer poema. El Ramayana es indudablemente la primera obra épica en el mundo y, junto al Mahabharata, que es la mayor obra épica conocida por la humanidad, se constituyen en los principales itihasas o narraciones históricas. Valmiki es uno de los ejemplos más claros del cumplimiento del refrán ‘dime con quién andas y te diré quién eres’, pues siendo un alma auto realizada y un sabio del más alto nivel, en su juventud, por entonces llamado Ratnakar, fue violento y perverso.

Ratnakar era hijo de Varuna, el virtuoso e inteligente semidiós de las aguas, y se encontraba al cuidado del sabio Prachetasa: un día, niño todavía, fue a jugar al bosque y se extravió; cuando trató de retornar a su hogar, confundido y llorando desconsoladamente, se dirigió precisamente en dirección contraria, perdiéndose en las profundidades de la maleza; pasaba por allí un cazador que buscaba una presa, y cuando vio al niño acongojado, se lo llevó a su cabaña, donde él y su esposa lo tranquilizaron; como no tenían hijos, aceptaron al niño como un regalo divino y decidieron criarlo como si fuera su propio hijo. En tanto, los desesperados padres de Ratnakar, lo buscaron infructuosamente, hasta que, finalmente, pensaron que había sido devorado por alguna bestia salvaje y lloraron amargamente su ausencia. 

Aunque Ratnakar era muy inteligente y habiloso, no tuvo la oportunidad de recibir una educación adecuada; mientras recibía el afecto de los cazadores, gradual e inevitablemente fue olvidando a sus padres. Pronto aprendió las costumbres de los cazadores y también la cacería, desarrollando una puntería extraordinaria hasta convertirse en el terror de los animales del bosque. Siendo muy apuesto, cautivó a una noble y hermosa princesa, cuyo amor finalmente rechazó, porque prefirió a Tara, hija de otros cazadores, con quien compartía costumbres; ella era tanto bella, como amañada y caprichosa, y Ratnakar, para dar gusto a sus caprichos y mantener a su creciente familia, se convertiría en un asaltante de caminos, llegando incluso a asesinar a quienes se resistían a entregarle sus objetos de valor.

En cierta ocasión, tratando de halagar a su consorte, el bandido Ratnakar le prometió satisfacer cualquier deseo que tuviese: Tara pidió entonces una rara gema, que en alguna ocasión se habría visto adornando la cabeza de una cobra. Junto con una banda de delincuentes que se había conformado, el bandido se lanzó entonces a la difícil búsqueda, matando cuanta cobra encontrara a su paso, prácticamente exterminó a las serpientes, pero sin resultado alguno. Ante su fracaso, el enamorado, ofreció sustituir la joya con cofres de bellas y valiosas joyas y alhajas; pero Tara las rechazó con desdén, y exigió el cumplimiento literal de la promesa. Ratnakar se enteró que una gema, como la deseada por Tara, se encontraba adornando una Deidad en un templo; entonces, cegado por el apego a la insatisfecha y lujuriosa mujer, atracó el recinto sagrado, mató al brahmán a cargo de la adoración (pujari) y cortó con su puñal el collar que adornaba la Deidad de Mahalakshmi, la diosa de la Fortuna.

Por intervención de la Divinidad, Narada Muni, el célebre sabio entre los semidioses, se presentó por los dominios de Ratnakar decidido a salvarlo de esa vida desastrosa; Ratnakar, amenazando a Narada, lo conminó a que le entregase sus riquezas. Como de costumbre, el santo pleno de sí mismo, vestía muy sencillamente y no llevaba posesiones materiales consigo. Sin mostrar enojo, le explicó al bandido que su única pertenencia era un instrumento musical vina y, sentándose bajo un árbol, se puso a cantar dulcemente los nombres de Dios.

Ratnakar contempló con curiosidad y fascinación el rostro de ese hombre que, a pesar de no tener nada costoso, rebozaba de inocencia y tranquilidad, entonces el criminal sintió alivio y paz en su corazón.

Notando que Ratnakar estaba profundamente conmovido, el sabio dio una pausa a su canto y le explicó la Ley del Karma, una ley que rige en el mundo material: cada persona está destinada a disfrutar o sufrir lo que en justicia merece como consecuencia de sus propios actos. Cualquier acto bueno que uno realice, será retribuido por la naturaleza con algo bueno y, en forma similar, cualquier acción mala o que sea fuente de dolor retornará a nuestras vidas con un sufrimiento y dolor equivalente al ocasionado.

Por sus nefastas actividades, Ratnakar tendría que experimentar el correspondiente sufrimiento y, por tanto, al pensar en las fechorías que había hecho, se atormentó su corazón, y de pronto sintió hundirse en la más grande infelicidad y desgracia. Espantado ante la explicación del sabio, el asaltante trató de justificar sus crímenes, argumentando que ser bandido era lo único que sabía hacer y que el fruto de sus atracos era utilizado para mantener a sus dependientes: su  insaciable mujer, sus descontrolados hijos y sus ancianos padres. 

Sonriendo, Narada, lo desafió a que fuese a preguntar a todos sus beneficiarios, si acaso ellos estarían dispuestos a compartir el atroz karma que por complacerlos estaba generando. Él lo esperaría para escuchar la respuesta, por lo que le dijo: ‘Si crees que me escaparé y no te fías en que te espere, entonces, átame a un árbol mientras vas a preguntar.’ 

Ratnakar, confiado en que sus seres queridos compartirían la desgracia que le esperaba, aceptó el reto. Una vez que les hubo consultado, el bandido quedó desconcertado al comprobar que nadie en su familia quería asumir tan terrible culpa, y que todos lo responsabilizaban por su manera de obtener fortuna. 

Decepcionado y apesadumbrado, el bandido volvió hasta Narada para confesarle la respuesta que había obtenido. Mientras desataba al santo, desesperado como estaba, le preguntó cómo podía escapar del sombrío futuro que le aguardaba. 

La instrucción del sabio Narada fue precisa: la manera más poderosa de purificar su conciencia, sería el recitar los Santos Nombres de Dios y llevar una vida de bien. Debido a sus malos hábitos, Ratnakar se sintió indigno de cantar el Nombre Divino y también consideró imposible poder practicar tal disciplina. 

Narada, movido por un sentimiento de compasión, le preguntó si podría recitar en cambio el nombre de la muerte: mara (en el antiguo idioma sánscrito). 

Ratnakar, con una sonrisa, contestó que podía repetir con facilidad el nombre: mara. El sabio le pidió recitar incesantemente ese nombre, indicándole que se concentrara al hacerlo y que, aparte de repetir el nombre, lo esperara en ese mismo lugar hasta que retornase. Luego de darle tan inusual instrucción, se marchó. 

Tan profundamente se concentró Ratnakar, recitando sin parar ‘mara…, mara…, mara…’ que se olvidó de comer y de dormir. Gradualmente, sin que esto interrumpiera su meditación, se formó un hormiguero alrededor de su cuerpo hasta cubrirlo por completo; es decir el bandido no podía siquiera ser visto. 

Pasado un tiempo considerable, Narada volvió al lugar donde había dejado a Ratnakar y, en el entendido que Ratnakar se encontraba dentro del gigantesco hormiguero, muy cuidadosamente, lo limpió y acercándose a su oído le murmuró el nombre de “Rama.” 

De inmediato, Ratnakar salió de su trance y, viendo al sabio, en señal de veneración, se inclinó con afecto para tocar sus pies. Narada lo levantó y abrazó; Ratnakar, purificado por el contacto con el poderoso santo, experimentó un cambio de actitud y sintió que vivía una nueva vida. Entonces, Narada le dijo: ‘Dios está complacido con tu penitencia y puesto que has renacido de un hormiguero (valmika), serás conocido como Valmiki.’ 

Narada le explicó afectuosamente a su discípulo, que al repetir continuamente las sílabas de la palabra mara que le había encomendado recitar: ‘ma-ra…, ma-ra…, ma-ra…’, en realidad había estado recitando la poderosa vibración ‘Rama…, Ra-ma…, Ra-ma…’ que en el constante vibrar se conformaba, y que siendo Rama uno de los ilimitados y poderosos nombres transcendentales del Absoluto Supremo, ‘aquel que da felicidad a Sus devotos’, su recitación sin ofensas había purificado a quien había sido el criminal Ratnakar. Narada también, compartió con el discípulo su propia historia ejemplificando así el otro factor determinante de purificación: la compañía de personas santas. Luego el sabio se despidió para continuar su permanente viaje alrededor de los universos. 

Esa fue la iniciación de Valmiki, puesto que en la cultura Védica, el maestro espiritual otorga un nombre al discípulo 8 al iniciarlo en la ciencia de la vida espiritual. Valmiki, el que fuera un perverso, abandonó su lujoso hogar y, fundamentalmente, sus malas costumbres, para comenzar a vivir con austeridad, limpieza y disciplina, en una choza cerca del río Ganges. Transformado e incapaz de hacer daño a entidad viviente alguna, Valmiki incluso se aseguraba de que no hubiera insectos donde ponía su pisada. 


El sabio Narada, narra la historia de Rama a Valmiki

Desde entonces, Valmiki despertó antes del amanecer, adoró diariamente la planta sagrada de Tulasi y repitió constantemente la palabra Rama, con los ojos humedecidos de lágrimas, recordando con determinación la instrucción de su maestro espiritual. Convirtió su choza en un sencillo templo (ashram), sus hijos se volvieron sus primeros discípulos y toda su familia se purificó. Gradualmente, muchos ascetas, tanto hombres, como mujeres, vivieron pacíficamente en los predios de su ashram

En cierta ocasión, el sabio asceta Valmiki preguntó a su maestro Narada Muni, si en este mundo existía una persona que encarnase la virtud y la perfección. Meditando profundamente, el maestro Narada, poseedor de conocimiento sobre los tres mundos, le dijo: “¡Escucha! -y con gran deleite le dirigió las siguientes palabras-.Atiende con placer, pues lo sé, hablaré de un héroe provisto de las múltiples y exquisitas cualidades de las que tú me preguntas.” Narada empezó a describir a Rama, la personalidad divina, cuyo nombre da felicidad a los seres vivientes y que descendió a este mundo como un valiente y justo príncipe en la dinastía del Sol y fue gobernante de Ayodhya, el reino invencible.

Al recordar a Rama, un estremecimiento recorrió el cuerpo de Narada y sus vellos se erizaron; en ese estado de emoción trascendental, continuó: “Rama es resplandeciente, tiene la mente controlada, es muy poderoso, determinado, elocuente e inteligente; tiene ojos grandes, una complexión encantadora y un andar majestuoso, tiene brazos poderosos, un amplio pecho, una mandíbula firme e impecables proporciones; su voz es profunda y su mente es inescrutable; sabe el secreto de la virtud, por lo que es fiel a su promesa y se deleita dando bienestar a sus súbditos. Siendo puro, honorable, noble y ecuánime, es muy querido por todos. Posee memoria perfecta y conocimiento pleno que abarca todos los Vedas y su ciencia, conoce el verdadero significado de todas las escrituras, es famoso y apegado al cumplimiento del deber y a él se dirigen los que se complacen en la rectitud, tal como los ríos se dirigen naturalmente al mar; es firme como el Himalaya y es una réplica del Señor Vishnu, el omnipresente.”

Después de describir las cualidades de Rama, el sabio continuó con una sinopsis de la epopeya de Rama, el reino de Ayodhya, la vida con su maestro, sus combates como guerrero, la conquista de su consorte Sita, su exilio en el bosque, la alianza con los monos y osos para rescatar a su consorte Sita, su surcar del mar, la lucha contra los demonios en Sri Lanka y el retorno triunfal a la ciudad de Ayodhya para gobernarla como un Rey ideal, ejemplificando así la organización perfecta de una sociedad. Entonces Narada predijo que los pasatiempos de Rama se revelarían en el corazón de Valmiki y también predijo sobre las virtudes que se manifestarían en quien estudie el Ramayana: 

“Esta historia destruye todo mal y es idéntica en mérito a los Vedas . Cualquiera que la escuche o estudie con atención y respeto será adornado con todas las virtudes y opulencias, y los efectos nocivos de sus actos pecaminosos pasados, serán destruidos. Esta persona recibirá una morada en el mundo espiritual junto con sus hijos, nietos y seguidores, liberándose de la prisión material del nacimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte: Si la recita un intelectual, o un místico (brahmán), se volverá un poderoso orador; si la relata un guerrero o gobernante (kshatriya), será emperador; si lo hace un comerciante o agricultor(vaishya), recogerá el fruto de muchos actos piadosos; incluso un obrero o artesano (shudra), se tornará glorioso.”

Con gran atención, Valmiki escuchó de labios de su maestro espiritual, la cautivadora historia de Sri Rama, el poseedor del nombre que había estado cantando constantemente con un éxtasis indescriptible. Estas narraciones trascendentales -dicen los Vedas- alivian todo el peso de la existencia material y conceden felicidad espiritual.

Narada fue breve, pues al sentir que la emoción quebrantaba su voz, se despidió y continuó su interminable viaje para iluminar a las almas de este mundo. Valmiki, después de escuchar el resumen de tan bella historia, quedó pleno y con el corazón rebosante; entonces adoró a su guru, expresando profunda tristeza por su partida. 

Valmiki Rishi recibe la visita de Brahma 

Valmiki, convertido en un asceta ermitaño, se había concentrado en recitar ininterrumpidamente: ‘Rama, Rama, Rama’ durante muchos años, y siguiendo los pasos de su guru, había adquirido las cualidades de un maestro espiritual, por lo que por la orden de Narada, aceptó tener sus propios discípulos, con quienes vivía en su morada sagrada (ashram). Ahora, el fruto de su vida ascética había madurado, pues le fueron revelados los atributos de Sri Rama y sus pasatiempos. 

Un día, sumido en pensamientos sobre Rama, se dirigió al río Tamasa, acompañado por su discípulo Bharadvaj, para realizar sus ritos purificatorios y meditaciones meridianas; al escrutar el horizonte; posadas en la rama de un árbol, vio una pareja de avecillas que trinaban dulces arrullos. Repentinamente, alcanzado por la flecha disparada por un cazador, el macho -mortalmente herido y bañado en sangre- cayó a los pies del piadoso Valmiki. Profundamente conmovido por el dolor que presenciaba -mientras la hembra gemía desconsolada en desesperado lamento- Valmiki profirió una maldición contra el matador: ‘¡Por muchísimos años no encontrarás paz en el corazón, mataste a una criatura inocente sin ninguna razón!’ 

Recuperada la calma después de un momento, el sereno sabio se sorprendió por su inusual arranque de ira y recordando las palabras proferidas, notó con sorpresa que éstas rimaban perfectamente: el dolor había dado origen al verso. Al descubrir que aquellos sonidos formaban una estrofa con una hermosa métrica, percibió la intervención divina en forma de uno de sus misteriosos pasatiempos. Retornando a su ermita se compenetró profundamente en el verso que había creado. 

Mientras se encontraba meditando, por sorpresa apareció el propio Brahma, semidiós principal, de cuatro rostros y creador de los sistemas planetarios, iluminando el ashram con su esplendor. Valmiki junto con sus discípulos se apresuró a recibirlo con respeto y afecto: le dio un asiento de honor, le lavó los pies, y le ofreció flores fragantes y agua aromatizada refrescante. Después de inclinarse y honrarlo debidamente, se sentó a escucharlo, uniendo las palmas de las manos en señal de reverencia; como se estila cuando se recibe a una persona santa; no obstante, la mente de Valmiki aún giraba en torno al suceso reciente, por lo que involuntariamente murmuró el verso que había compuesto: 

Oscuro Cazador, 
¡Qué iniquidad! 
En verdad os juro, 
La dulce paz sencilla no te será dada ni en eras, por matar sin compasión 
La pareja de la avecilla enamorada, cuando estaba encendida por la pasión 

Al escucharlo Brahma, sonriendo, le dijo: ‘No lamentes tu distracción, ya que todo esto aconteció por mi voluntad, pues la sagrada historia de Rama, debe narrarse con ese ritmo y esa métrica. ¡Oh joya entre los videntes!, describe la vida íntegra de Sri Rama (quien es pleno en sabiduría y cuya mente está dada a la piedad), todos los detalles te serán revelados internamente y percibirás incluso los pensamientos y los sentimientos de aquellos personajes que participen de los pasatiempos del Señor, y debes narrarlos en términos, tanto evidentes, como confidenciales. Todo cuanto describas sobre Rama, probará ser cierto. Mientras las montañas se mantengan en pie y los ríos corran hacia el mar, el Ramayana vivirá en los corazones y en los labios de los hombres; mientras esta narración perdure, tú mismo residirás en el planeta de tu elección.’

Después de haber hablado así, el bienaventurado Brahma, quien es también padre y maestro de Narada, desapareció.

Ante tales revelaciones, Valmiki y sus discípulos, permanecieron atónitos y con la piel erizada. Luego, recordando la honra concedida a Valmiki por Brahma, los discípulos repitieron el verso compuesto por su maestro.

Así, Valmiki empezó a componer, en esa métrica, los miles de versos que componen la historia de Sri Rama.

El Ramayana es cantado ante Sri Rama

Tal como Brahma había predicho, Valmiki, en profundo trance, al meditar profundamente en el nombre de Sri Rama, contempló los pasatiempos de Rama con todo detalle, alcanzando a comprender los sentimientos y pensamientos de cada personaje involucrado. De esta manera, estaba practicando el verdadero sistema místico del yoga descrito en los Vedas : una práctica espiritual científica que, controlando la mente y los sentidos, y aislándose del entorno material, permite al alma concentrarse en la divinidad. 

Por voluntad divina, Valmiki, en su cuerpo espiritual, accedió al pasado, al presente y al futuro. El resultado fue la redacción de un exquisito poema épico e histórico, en cuya parte final, y de una manera maravillosa, el futuro se empalma con el presente, revelando eventos que todavía no habían acontecido. Decorado y embellecido con palabras de incomparable maestría, el canto del poeta místico dio origen al sagrado e inmortal Ramayana: veinticuatro mil un versos repartidos en siete libros (kandas) y seiscientos cuarenta y cinco cantos (sargas), que contienen la historia del glorioso Rama. El piadoso Valmiki se preguntaba quién podría recitar la hermosa y beneficiosa épica, pues aquél que lo hiciera requeriría una memoria y una habilidad extraordinarias. De pronto, vio aproximarse a Lav y Kush los pupilos y ahijados mellizos que el poeta había visto nacer; dos hermosos y talentosos jóvenes entrenados por él mismo, y que ahora venían como discípulos a ofrecer sus respetos a su guru. Enterados de la tarea se ofrecieron dichosos para recitar el Ramayana; de esta manera, Valmiki les confió este servicio. 

A pesar de que eran muy jóvenes, Lav y Kush, irradiaban encanto y estaban dotados de habilidades maravillosas. Perfectamente versados en los Vedas y en las disciplinas auxiliares, eran musicalmente tan virtuosos como los cantantes celestiales (gandharvas ). Su memoria era extraordinaria y su talento fino. Corporalmente los dos apuestos hermanos recordaban al supremamente hermoso Rama. De origen misterioso, Lav y Kush, habían nacido en el ashram de Valmiki, donde su bella madre -una reina trágicamente exiliada durante el embarazo- se había refugiado allí. Ella vivía una vida de dedicación y plena de sencillez, como una discípula más, sin revelar la majestad de su origen real, pues no quería que los ermitaños conocieran su identidad. 

El sabio Valmiki les enseñó el gran poema, el cual resultó exquisito al cantarlo, al oírlo o al leerlo. Ellos aprendieron a recitarlo con destreza en sus diferentes ritmos y tonos, haciéndolo fluir dulcemente por las escalas de las siete notas musicales. En su construcción, el poema fue enriquecido por las nueve variedades de emociones: amor, inspiración, alegría, heroísmo, temor, ira, disgusto, sorpresa y serenidad. Prontamente, los virtuosos Lav y Kush aprendieron de memoria el extenso poema en su integridad, y lo cantaron de una manera encantadora, siguiendo la rima concebida por Valmiki. 

Siguiendo fielmente las instrucciones de Valmiki, cantaron los maravillosos pasatiempos de Rama ante grandes sabios, brahmanes eruditos y otros seres piadosos. Las personas purificadas que escuchaban la recitación se deleitaban de tal manera que no solamente exclamaban su profunda satisfacción, sino que felicitaban a los jóvenes poetas, luego, con alegría y emocionadas lágrimas en los ojos, les ofrecían variados presentes que serían útiles para su servicio: jarras (kamandalu) y otros recipientes, vestimentas y cordones brahmánicos, esteras de hierba kush y pieles de venado que los yoguis usan para meditar, también les obsequiaron instrumentos musicales y, además, invocaron bendiciones para que ellos tuvieran una vida larga y feliz.

Los mellizos recorrían pueblos y aldeas cantando el poema, y cada vez lo recitaban con profunda emoción y dulzura. Un buen día llegaron a las calles de la extraordinaria ciudad de Ayodhya, donde recitaron con profunda devoción y encanto el gran poema. Al contemplar tan bello espectáculo, la gente se arremolinó cautivada. El propio Rama, rey de Ayodhya, alcanzó a escucharlos; entonces, atraído por aquella recitación, invitó a Lav y Kush a su palacio, donde les ofreció un lugar de honor y amenidades.

Luego Rama dirigiéndose a sus hermanos Bharat, Lakshman y Satrughna, así como a sus ministros y eruditos consejeros, sacerdotes y príncipes, les dijo: ‘Distinguidos miembros de la dinastía del rey Raghu, por favor, escuchen esta excelsa narración de parte de estos dos cantores que, aunque visten como ascetas, poseen la fisonomía auspiciosa de los grandes monarcas y el esplendor de los semidioses. Escuchen de ellos este cautivante relato, rico en expresiones maravillosas y pleno en belleza literaria.’ Haciendo un elegante ademán para que empezara la función, el mismo Rama predispuso su mente para que fuera cautivada por la narración. Lav y Kush, con el ánimo exaltado, anunciaron que aquellos desprovistos de envidia y libres de la tendencia a encontrar defectos en los demás, merecían oír la recitación del Ramayana, puesto que su audición otorga piedad, prosperidad, placer y liberación. Después de proclamar las potencias espirituales del gran Ramayana, ellos revelaron que la gran historia tenía sus semillas en la santa dinastía de Manu, descendiente del semidiós Sol, el gobernante original de la humanidad.

En medio de una audiencia virtuosa, que se aprestaba a escuchar con gran atención y silencio, comenzó el canto.


- Fuente: versión en español producida por la Universidad Internacional Euroamericana

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